Sus ojos eran poesía cada vez que me miraba;
juro que nunca sentí el aroma del amor tan de cerca hasta que me dijo que me quería.
Rozó su piel la mía y noté un millón de pompas de jabón explotando a la vez dentro de mí.
Me creí infinita.
Mis demonios se sintieron tranquilos en la oscuridad de su pecho escuchando la paciencia con la que su corazón calmaba mis nervios. Esos nervios que me hacen perder la cabeza cada vez que sonríe.
Quisiera atraparlo en mis versos y volverlo infinito, para de algún modo, agradecerle su manía de esperarme siempre que salgo corriendo con los ojos empapados de problemas y estupideces.
Sé que a simple vista hay cosas que parecen insignificantes, pero créeme cuando digo que me sentía perdida hasta que él llegó a mí, poniéndole un rumbo, quizás no claro del todo, a esta catástrofe a la que llamo vida.
Y que sí, que está mal cruzar semáforos en rojo y que mi felicidad dependa de alguien, pero sigo saltándome los semáforos cada vez que me dice que vendrá -como si así fuera a llegar antes-, y mi felicidad aún lleva su nombre pegado a la espalda.
lunes, 20 de junio de 2016
Right now - Asking Alexandria.
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